Tendrías que haber sido vos el pibe de la fábrica,
Tendría que haber sido otro
Poesía de Raquel Graciela Fernández
Engordé bastante en los últimos años.
Cuando todo se desmorona,
abrir la puerta de la heladera cada cinco minutos
no parece una idea tan descabellada.
Supongo que cada vez que berreaba,
en mi infancia temprana,
mi madre, desde su ingenuidad,
me consolaba a fuerza de pezón y leche.
Y que, junto con su tibieza,
incorporé la nefasta dinámica
de tapar el dolor con comida.
Supongo que mi manía
de vivir en la cocina e ignorar
cualquier otra habitación de la casa
tiene que ver con la necesidad de estar cerca
de la gran teta blanca.
La gran teta que está ahí,
siempre lista para socorrerme,
para anestesiar mis llagas
con un guiño de manteca.
La gran teta que obtura el agujero,
por el que podría escaparse el ángel roto,
ese que sabe
que lo que sangra no es hambre.
Engordé bastante en los últimos años.
Me dediqué a comer, comer, comer
y nunca gritar.
A tragarme todo,
como una grotesca oruga que nunca alcanza
su anunciado destino de mariposa.
Tragarme las palabras,
los pedidos de auxilio,
los por qué, los para cuándo.
Me acostumbré a dejarme mimar
por la gran teta blanca.
A dejarme acunar por sus sabores.
a una porción de lemon pie.
El domingo fuimos al cementerio.
Hacía mucho tiempo que no íbamos
y temía encontrarme
con una tumba mordida por los yuyos,
con el nombre de mi hermano tachado
por la mano brutal de alguna tormenta.
Pero no.
Todo estaba en orden.
Faltaban flores, eso sí.
Pero lo demás estaba en orden.
En ese orden atroz de los cementerios.
Había poca gente.
Una pareja comulgando con el silencio
frente a la tumba de su hijo.
Un chico,
con casco de motociclista bajo el brazo,
mirando fijamente la foto de una mujer.
Y en la zona de los nichos,
una madre joven sentada en el piso
llorando
y acariciando un cajoncito
que parecía de juguete.
“Es difícil amar la vida”, dije,
con la voz infectada
por el virus obstinado de la tristeza.
Pero creo que me equivoqué.
Es fácil amar la vida.
Lo difícil es aceptar que es, apenas,
una pompa de jabón que explota en nuestras manos
antes de que termine el juego.
Justo cuando el verano
empezaba a ponerse lindo.
Arte: Laura Makabresku
Arte: Nikolay Reznichenco