viernes, 7 de febrero de 2014

POR QUÉ LAS MUJERES COMO YO NO PODEMOS TENER AMANTES


 POR QUÉ LAS MUJERES COMO YO NO PODEMOS TENER AMANTES


 Hay mujeres que pueden tener amantes:
son aquellas que  cuando terminan de sudar tres pisos en ascensor,
o cuatro pisos en escalera,
o dos horas en una cama anónima
tendida indolentemente por una chica de uniforme rosa
y ojos tristes,
doblan a esos amantes prolijamente
y los guardan en sus carteras
junto a los cosméticos, las llaves y el carnet de la obra social,
y no vuelven a sacarlos hasta el próximo encuentro.
Nada de confesiones desesperadas a las amigas,
llamados telefónicos culposos a las tres de la mañana
ni poemas de Girondo
(mi lu mi lubidulia mi golocidalove,
por favor, ¿qué idioma diabólico es ése?).


Hay mujeres (las mujeres como yo)
que no, que no podemos tener amantes.
También los doblamos prolijamente
y los guardamos en nuestras carteras
después de hacer el amor,
pero los sacamos a cada rato:
para empolvarnos la nariz,
para secarnos las lágrimas cada vez que vemos una película de amantes,
para saber qué hora es
o para revisarlos por si tienen algún mensaje
(qué divina vos con esa tanguita,
y yo que siempre fui la distante melancolía de una máscara veneciana
me siento la reina del papel picado
y juro que la próxima vez me aceito toda
como la garota de una Escola de Samba).


Las mujeres como yo no podemos tener amantes
porque nunca aprendimos a hacer diferencias
entre amante/amado/amador/amadísimo.
Tenemos siempre el corazón dos pasos adelante
y la cabeza veinticinco pasos atrás.
Y un ruido rojo de sangre y medias rotas
nos apuntala el insomnio cada noche.
Lloramos, sí, lloramos.
Escribimos poemas.
Tenemos pájaros para nombrar el horizonte,
pájaros para nombrar la ausencia,
pájaros para lavarnos el cuerpo
cuando volvemos a  nuestra isla de pan y manteca,
porque el agua y el jabón no alcanzan
para quitarnos el olor a amor que nos embebe la piel.
Nos preguntamos por qué tiene los ojos tan tristes
la chica de uniforme rosa.


Hay mujeres que pueden tener amantes:
son aquellas que no tienen un ángel invariable
velando  el reposo del pubis
y son enormes, insólitas, eternas como el fuego,
cuando el ángel levanta la cabeza y extiende las  alas.
Las mujeres como yo no podemos.
Nos tenemos que conformar con leer a Girondo
(mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio),
masajearnos el cerebro con un buen chocolate
y suspirar cada vez que Leonardo DiCaprio
sale en la pantalla.





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