jueves, 24 de agosto de 2017

UN TAL ARJONA


UN TAL ARJONA



Nosotros,

los poetas,

los verdaderos poetas,

los bendecidos,

los talentosos,

los incandescentes,

los que nos juntamos con amigos poetas

para masturbarnos el ego con aplausos

y vomitamos en los canteros

para parecernos a Bukowski,

los que cocinamos revueltos Pizarnik

con espejos, cenizas y una pizca de secobarbital,

los que tenemos 60 y nos creemos loquitos de 20,

los que tenemos 20 y sobreactuamos el insomnio,

los que nos ofendemos si nos leen las amas de casa

(incluso las que toman vino toda la tarde

mientras sus maridos trabajan)

y las cajeras del supermercado chino

(porque esas pibas no entienden nada

y nosotros escribimos para que no nos entienda

la gente que entiende),

los que hacemos la revolución del teclado

y la marcha del culo en la silla,

los que publicamos nuestros poemas en Facebook

esperando que nos descubra el Brian Epstein de los poetas

y vaya a El Ateneo a pedir nuestro último libro

que es furor en Mc Donalds

(aunque nos recorte un poco el pelo

y nos obligue a bañarnos una vez por semana),

los que huimos de la rima fácil

porque nunca aprendimos a escribir un soneto

(no lo necesitamos)

y seguimos mirándonos el ombligo

mientras las balas silban sobre las trincheras,

tenemos algo que decir

sobre un tal Arjona:

¿cómo puede ser que este tipo viva de lo que hace

y nosotros

(los bendecidos,

los talentosos,

los incandescentes)

estemos condenados a morirnos en una oficina,

vendiendo productos de limpieza sueltos

o paseando a los perros de los vecinos?




Foto: Ricardo Arjona


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